Es necesario
comprender que el dibujo para los
niños es una actividad lúdica a través de la cual pretenden expresarse. Desarrolla la capacidad de creación,
expresión individual del niño, la capacidad perceptiva, los esquemas gráficos y
la capacidad de investigación e imaginación. Y según la actitud del adulto,
puede favorecer y potenciar el aspecto emocional y socio-afectivo.
Los adultos
condicionamos y limitamos la expresión del niño según nuestros
gustos y los estereotipos convencionales de la sociedad.
Tendemos a reaccionar
de dos modos. La primera es que
mostramos indiferencia e incomprensión, lo cual no lo tiene en cuenta
(ni afectiva ni comunicativamente). La segunda
es mostrar interés, pero puede positivo o negativo. Si resulta ser un interés
negativo, usando fuertes críticas, hacen que crean que no saben pintar. El niño
pinta lo que ve cómo lo ve él, por lo tanto si se le corrige (“un coche no es
así, es así”) traumatiza el proceso de confianza gráfica y de coordinación
viso-manual.
En cambio, si es un interés positivo,
cabe la posibilidad de actuar de forma exagerada y admirarse
de las habilidades del niño. Esto puede provocar que por buscar la aprobación del adulto, el niño
repita siempre el mismo garabato, de modo que no prosiga su madurez gráfica.
En conclusión,
los adultos tenemos un papel muy importante: motivar. Maestro y padres, juntos, debemos mantener un equilibro
entre idolatría y pasotismo ante el niño para ayudar a fomentar un adecuado desarrollo
de sus capacidades, su maduración psíquica, sus esquemas gráficos, y sus
recursos expresivos.
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